Comenzar. Ese es el destino del individuo. Comenzar siempre de nuevo. Lo queramos o no, vivimos en la libertad de la autodeterminación, estamos obligados a encontrar nuestro propio camino a través de una maraña formada por fines, intereses y opiniones. Y en ello, como ya sabía el poeta, hay algo de magia. La misma que en un timo. Pues ¿quién podría realmente empezar de cero? Incluso quien empieza a escribir está ya contestando a algo que le ha pasado antes, a algún contratiempo, a un suceso que le apremia como si fuera una pregunta. El mito de la motivación respondía probablemente a una idea que yo había leído en un antiguo libro de pedagogía que, años después, volvió a caer por casualidad en mis manos. Decía: “No creo que se pueda motivar a los alumnos”. Yo (¿fui yo realmente?) había subrayado la frase con un fino trazo... y era evidente que a continuación la había olvidado. Pero no del todo: no pudo convencerme por completo ni una sola de las teorías de la motivación con las que tuve que bregar en mis años de estudiante. Eso es precisamente lo que me parecían: demasiado... “teóricas”. Más tarde, durante mi etapa de prácticas en el centro escolar, tuve ocasión de conocer las “fases de la motivación” y la “presentación motivadora” que debía abrir cualquier plan para el aula. La idea era quizá que el profesor tenía que colocarse una nariz postiza, ponerse de un salto
te a los alumnos y entusiasmarles exclamando: “Y hoy.... ¡la Constitución de la República de Weimar de 1919!”; ante lo cual los alumnos, hasta entonces repantingados con desidia en las sillas, reaccionarían saltando electrizados encima de las mesas, dándose golpes en el pecho y recitando con ardiente mirada: “¡Capitán, mi capitán!”... En fin, algo así se suponía de todos modos. Cuando hice al respecto una observación escéptica, preguntando por qué no podía uno olvidarse simplemente de todo aquello, lo cual no quería decir en modo alguno que hubiera que dar clases aburridas, la directora de mi departamento contestó secamente: “Eso es lo que llevo 30 años pensando”. Por último, en el mundo empresarial he sido testigo de variadísimos intentos para estimular el rendimiento de los colaboradores, darles impulso o mantener de algún otro modo su buena disposición. Ante todo, al prestar servicios externos. Estaba claro que, tácitamente, muchos colaboradores esperaban que yo hiciera algo para que ellos estuvieran motivados. Luego me ocurrió lo mismo cuando, como director de seminarios, tuve que enfrentarme constantemente a la pregunta de los directivos: “¿Qué debo hacer para motivar a mi gente?” Me contenía para no contestarles con otra pregunta: “¿Qué es lo que ha hecho usted para des-motivarla?” Pronto comprobé que quienes no dejaban de preguntar por nuevas fórmulas de motivación eran sobre todo los malos directivos: los que ni querían dirigir ni eran capaces de ello.
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Sprenger, Reinhard K.. El mito de la motivación: cómo escapar de un callejón sin salida, Ediciones Díaz de Santos, 2005. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/bibliotecaugbsp/detail.action?docID=3173205.
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Sprenger, Reinhard K.. El mito de la motivación: cómo escapar de un callejón sin salida, Ediciones Díaz de Santos, 2005. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/bibliotecaugbsp/detail.action?docID=3173205.
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